¿Y
si volviéramos a ser una Facultad de Arquitectura …?
Cuando
uno se acerca al medio de lo arquitectónico; en facultades, escuelas, colegios,
asociaciones y empresas editoriales con publicaciones afines. Pareciera que
todo lo destacable de la obra arquitectónica visibilizada es resultado de un
talento innato e individual de quien la firma como autor. Así; se realizan
bienales, premios, concursos, publicaciones, homenajes y cátedras
extraordinarias para exponer esos “casos emblemáticos” que reafirman, promueven
y perpetúan esa creencia. De la misma manera, al entrar a la librería de
nuestra facultad, la inmensa mayoría de las publicaciones que se ofertan de
investigadores son trabajos de mapeo y revisión histórica de autores y sus obras
arquitectónicas “emblemáticas”, complementado escuetamente con publicaciones
que al igual que las de empresas editoriales de promoción para arquitectos
presentan trabajos realizados, en este caso por estudiantes, pero que realmente promueven
a sus profesores.
En un
polo opuesto; algunos grupos académicos y sus publicaciones, defienden que lo
arquitectónico es el resultado de una especie de sabiduría colectiva que se
organiza y que con una “armonía fantástica”, lejos de la influencia -esnob- de arquitectos y dinero, produce una arquitectura más apegada a la realidad y cercana a
sus usuarios. Así, configuraciones urbanas y suburbanas también surgen “armónicas” fruto de “la nobleza de la carencia y la anarquía”.
Si
cualquiera de estas premisas fuera real. ¿Qué sentido tiene una Facultad de
Arquitectura donde se reciben cada año a mil trecientos jóvenes con la
aspiración de formarse como arquitectos y carreras “afines” ?, sumándose a
otros cinco mil; que continúan en ese mismo proceso, y de los que, un número
cercano a la mitad de los ingresantes, egresan como “arquitect@s” cada año. Si
esto no fuera suficiente, se graduaran modelados por un plan de estudios cuyo
eje conductor y protagónico es el “proyecto arquitectónico”, con lo que se define
su "perfil profesional".
Esta
disyuntiva no es nueva, ha sido una disputa que se formaliza desde los años
sesenta del siglo pasado, que deviene en uno de los proyectos académicos más interesantes y profundos del mundo académico de la arquitectura el Autogobierno; pero que, salvo algunas excepciones, devine a imagen y semejanza de sus antagónicos, los defensores de la escuela tradicional, en élites
disputándose los espacios de poder del enorme y diverso negocio que puede ser
la Universidad. De esta manera; recargándose en la manipulación de “las
historias y la pureza ideológica”, se litigan únicamente intereses económicos. La
discusión sobre la esencia de la profesión, su viabilidad, pertinencia e
instrumentación quedaron relegadas de un trabajo de facultad, dejando sin
espacio al mismo tiempo, la construcción o adquisición de herramientas para la
formación, tanto de docentes como egresados. Una facultad cuyo presupuesto se
enfoca únicamente en estrategias para la perpetuación de esos dos paradigmas
que mantienen privilegios de esa cada vez más pequeña, “familiar y promiscua”
élite, en la que poco a poco se diluyen las ideologías fusionándose, para
deslindarse únicamente, en la superficie de sus retóricas.
Para
quienes desconfían o no pertenecen a esos señoríos empresariales y los parásitos
que sobreviven de sus desechos. Académicos de periferia; de la mano, con maestros
veteranos que mantienen sus convicciones y los miles de estudiantes, que ahora
son únicamente masa instrumentable o intrascendente capital político, es
urgente hacer un alto y romper inercias. Una revisión profunda que cuestione
las estructuras y reencamine la esencia de una Facultad de Arquitectura en la formación
de jóvenes ciudadanos inmersos en la diversidad del ámbito de lo arquitectónico, que, en paralelo promueva
en sus sistemas de investigación, difusión de la disciplina y actualización docente
una verdadera revisión crítica y didáctica de los fenómenos arquitectónicos y
sus repercusiones en la sociedad.
En este ensayo como un preámbulo a lo que será un trabajo más riguroso comienzo a hacer una serie de preguntas que intentarán ser base de una investigación que sustente una nueva posibilidad de facultad de arquitectura;
¿Tiene
sentido producir masivamente profesionales para la arquitectura con un perfil
académico como el que actualmente nos define?
Mi respuesta es NO. Es fundamental; cuestionar, develar, trascender y derribar mitos que poco a poco se han posicionado a manera de verdades inalterables. Esto requiere un trabajo principalmente filosófico y específicamente un ejercicio teórico sobre lo arquitectónico inmerso en la praxis cuestionándola, que necesita estar exento de pandillerismos punitivos y politiquería o de una muy cuestionable construcción y difusión manipulada de “lo arquitectónico”; que requerirá sustentarse en un trabajo riguroso de antropología y arqueología sobre los fenómenos que envuelven e involucran la edificación y la manipulación del espacio para alcanzar lo habitable.
¿Cómo
llegamos a donde estamos hoy?
Para
desembrollar dónde se sustentan las mitologías y paradigmas antes expuestas,
hagamos un ejercicio breve de revisión de posicionamientos ideológicos en el
siglo XX que trascienden en la disciplina y nuestra facultad:
· Positivismo Ilustrado: La idea lineal de sustentar todo científicamente, y con esto entender, que somos evolución y toda evolución o avance es progreso. Que progresar sería lo esencial. “No hay orden sin progreso, y progreso sin orden” … curioso contrasentido que construyó el siglo XX, y que simula acompañarnos en el XXI. El sistema de pensamiento que tiende a estandarizar y reducir fenómenos para hacer accesible su comprensión y "encontrar a soluciones científicas" pero simplistas.
· Individualismo:
La idea de que por naturaleza somos “máquinas deseantes” y biológicamente seres
competitivos, depredadores y “antropófagos” por la supervivencia, pero también
depredables o degradables. El crecimiento individual y singularización de cada
ser humano permite y da sentido a su existencia y constituye su esencia. “El derecho y compromiso a ser
lo que somos con nuestras singularidades y deseos”, de ahí que también se
entienda como ideología liberal…
· Comunismo:
La idea “científica” de que nuestro principal valor evolutivo es “la condición
social y argumentativa de la especie”. El éxito en la supervivencia está basado en la vida
comunitaria y cualquier interés por singularizarse, segregarse o poseer
individualmente perjudica al interés común y de grupo. “Después de capitalizar
de forma controlada, (socialismo), una dictadura de todos aquellos sin distinciones capitalizables (proletariado,
los comunes) que contengan el interés individual mantendrá un
equilibrio justo en la sociedad y el planeta”.
· Meritocracia:
La idea reduccionista de que los logros son resultado del mérito propio, talento y esfuerzo.
Que basta con desear algo y trabajar duro para conseguirlo, sin tomar en cuenta
el enorme peso que tienen todas las variables que producen el éxito en la
consecución de cualquier objetivo.
A
partir de esta breve y superficial revisión podemos entender que el positivismo
es inherente tanto a la visión individualista como a la comunista. Vivimos un
mundo sustentado en el paradigma del "progreso". Una universidad pública es
esencialmente positivista en base a la búsqueda del progreso de "los comunes" o los "sin privilegios" y las ventajas que esto supondrá para la
sociedad en su conjunto, que creé que la educación, el conocimiento científico y su difusión devendrán en algo mejor y progresará su sociedad. Eso implica que las
dos visiones expuestas para nuestra facultad basan sus objetivos en un supuesto y muy engañoso progreso.
En el
entorno arquitectónico, quien tiene una perspectiva individualista o liberal,
confiará la formación a partir de la experiencia que proporcionen casos “exitosos”
y por lo mismo ejemplares, por lo que promoverá “el aprender de maestros”. Concebirá
el objetivo de la investigación como una construcción histórica de los casos
ejemplares y para ello constituirá herramientas “axiológicas” que fundamenten
sus elecciones. A partir de esto; entenderá lo arquitectónico y lo urbano, como
un cambio de escala, y tanto la planeación de una obra arquitectónica singular,
como la prospección de lo urbano lo asumirá como trabajo para especialistas
profesionales formados en la disciplina. Este es el origen de nuestra escuela
de arquitectura ahora facultad; donde se aprende a proyectar tanto lo
arquitectónico como lo urbano y sus “subgéneros”. La inserción en la sociedad
de los profesionales que surgen desde esta perspectiva de la realidad;
dependerá de que consigan distinguirse al promover y poner en valor sus
aptitudes, capacidades y aprendizajes, de ahí la necesidad de instrumentos
meritocráticos de promoción, incluyendo el valor del promedio curricular.
Esta perspectiva ha devenido en perversiones. Ante la fatiga y complejidad que requiere un trabajo axiológico y por la obsolescencia de trabajos heredables, muchos prefieren sustentarse en la construcción de su propia reputación, articulada a partir de relaciones públicas y linaje o cumplimentando burocráticamente requisitos que otorguen grados académicos, para formar alianzas y contubernios que fortalecen y promocionan tanto “al crítico” que promueve, como a los beneficiados de esa promoción y divulgación de personalidades y obra. Ante tal ambigüedad, surgen quienes han descubierto el gran negocio de la mitificación de personajes del pasado por “su obra”, un negocio total; aderezado con la consecución de gran reputación como emisarios representantes en tierra de autores y obras que generalmente han pasado a mejor vida, lo que los convierte, además, en “doctores” o "sacerdotes" propietarios de la definición del bien y del mal, que recorren el mundo predicando un legado que no construyeron, pero con grandes regalías. Por su lado quienes optan por ejercer en el entorno de la producción de proyectos arquitectónicos, se olvidan o relegan el objetivo de habitabilidad e impacto social de lo edificado, priorizando lo llamativo, lo que los identifique como autores en una persecución frenética por ser identificables como vanguardia que acredita las mitologías en boga.
En cuanto a los estudiantes esta perversión
repercute en que busquen convertirse en “seguidores predilectos” de esos "sacerdotes", como el camino más efectivo para colocarse en la burocracia
académica, que multiplica y perpetúa la difusión y establecimiento de esos
mitos, también los hay que desde estudiantes ponen su confianza creyendo que la cercanía a los autores vivos encumbrados por los “críticos”, les llenará de
conocimiento y herramientas hacia el éxito sin prever que únicamente es un camino para su explotación
laboral y el nacimiento de futuras frustraciones y contingencia económica.
Por
otro lado, quienes confían en el mito comunista o comunitario desprecian la
singularización de lo arquitectónico y proponen jerarquizar los conceptos de lo
plural como lo urbano y el contexto cultural edificado como un fenómeno de
génesis social, así buscan acercarse a la diversidad de expresiones y supervivencias en sociedad. Ávidos de realidad; la expectativa de formación se sustentará
más en la construcción de una historia con tintes antropológicos y
sociológicos, la revisión de fenómenos sociales, económicos y políticos que
producen edificaciones; basándose también, en el aprendizaje de oficios y en
la práctica de inmersión comunitaria que facilita a su vez, la inserción del profesional
en su grupo social, algo que no se puede reclamar. Los más extremos, radicalizan esta
postura; configurándose como un grupo de doctos cuyo objetivo profesional es
esgrimirse como un ente paralelo que investiga los fenómenos sociales y sus
resultantes edificadas desde la academia, para generar y promover instrumentos
que concienticen y movilicen a grupos precarios en la consecución de
estructuras que faciliten su “condición ciudadana”.
Así; esta perspectiva también se pervierte; por el nexo que implica con el espacio de lo político y de gobierno y la forma en que se entienden estos instrumentos en el país. encontrando un gran negocio como intermediarios, que construyen capital político y electoral a partir de un muy hábil trabajo con estudiantes y posgraduados que únicamente devengan “prestigio como filántropos” construyendo redes de información que ubican y captan reclamos sociales, que se desvanecen ante la manipulación y empoderamiento de quienes los controlan, pero que también genera el surgimiento de nuevos empresarios de ”la filantropía social edificada”, convirtiendo un genuino reclamo social de mejoramiento en las condiciones de convivencia, seguridad, prosperidad y habitabilidad, en un negocio de caridad y auto promoción.
Finalmente, estas dos “tendencias” han monopolizado la ventaja de vender sus servicios profesionales cobijados por el nombre de Universidad Nacional, sirviéndose, además; de mano de obra barata o esclava, delegando a la institución compromisos de infraestructura, hacendarios y de prestaciones laborales. Es más fácil para un estudiante tener trabajo en la disciplina que para un egresado sin padrino, porque su competidor principal en el campo laboral es su propia "alma mater..."
Tanto una como otra perspectiva de la realidad profesional, tienen instrumentos epistemológicos con los que se fundamentan y “validan”; pero también, tienen herramientas para descalificar los fundamentos de la otra visión. Fenómeno para un interesante y profundo ejercicio dialéctico, hoy abandonado y suplantado por estrategias de empoderamiento.
Quien esté familiarizado con los últimos planes de estudio de nuestra facultad, verá claramente la disputa ideológica que aquí se expone. La sobre carga de materias que intentan cubrir estas dos visiones de la disciplina amparadas por una perspectiva positivista, deforma a sus estudiantes con un proyecto académico lleno de incongruencias e incoherente, que intenta más que amalgamar dos expectativas de profesional antagónicas en esencia en uno sola, repartir espacios burocráticamente, generando un perfil y un horizonte profesional que no surge de otra cosa que un simple pacto político y de intereses que se dio con el plan de estudios 92, que infló la currícula, olvidando ideologías y un compromiso genuino con la sociedad que lo patrocina. Para mí, el plan de estudios 92 y sus calcas hasta el 17, no son otra cosa que una involución. Tal claudicación o conquista llena de banalidad, según se prefiera ver, cumple más de treinta años, por lo que difícilmente ya producirá algo positivo, al contrario, ha devenido en las antes mencionadas perversiones que cada día ensombrecen el trabajo comprometido de algunos para polarizar nuestra facultad convirtiéndola en territorio anárquico, donde, ajenos a cualquier compromiso académico se disputan viejos y nuevos feudos.
Así,
nuestra facultad hoy vive una guerra encarnizada para su explotación, transgrediendo cualquier
principio e ideología, valiéndose de pervertir exigencias más urgentes, para
convertirlas en instrumentos de empoderamiento punitivo, construyendo
únicamente nuevas y más sofisticadas formas de depredación, sectarismo, impunidad y
clasismo.